La cantidad de gases
de efecto invernadero que un país emite a la atmósfera depende principalmente
del tamaño de su economía; de su nivel de industrialización y de la eficiencia
con la que se utiliza esta energía[1]. De acuerdo a informes
del Banco Mundial, “el vínculo entre crecimiento económico y aumento del
consumo de energía —acompañado de un incremento en las emisiones de CO2—
es directo y positivo”. La Agencia Internacional de la Energía estimó
que en el 2010, las emisiones de CO2 relacionadas con la producción
de energía fueron un 39% mas elevadas que en 1990.
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El maquillaje verde de los biocombustibles
Los yacimientos de hidrocarburos que suministran el 85% de la energía
mundial han experimentado un descenso en términos del retorno de la inversión
de energía. Es decir, están produciendo cada vez menos. Este hecho, sumado a la evidencia comprobada de
que la quema de combustibles fósiles acelera el calentamiento global y aumenta
la amenaza del cambio climático, han estimulado el desarrollo de fuentes
alternativas de energía.
La tragedia de los comunes. Si no lo hago yo, otro lo hará
En 1968, el biólogo estadounidense Garrett
Hardin formuló una teoría a través del siguiente dilema: Varias personas
motivadas solo por el interés personal y actuando de modo racional y de forma
independiente, terminan por destruir un recurso compartido, limitado y común
aunque a nadie le convenía que esto sucediera.