Las inversiones condicionadas a una rentabilidad a corto plazo han hecho que la producción deje de verse como la base de generación de riquezas, desnaturalizando la actividad económica, creando formas de concentración de capital con nuevas estrategias societarias y mercantiles, basadas en recortar costos y evadir al máximo cualquier responsabilidad laboral, social o medioambiental. (1)
Los que tienen las finanzas por el mango, nos quieren vender la idea de que este sistema es adecuado y que debe mantenerse a toda costa para asegurar el crecimiento económico y el bienestar. No obstante, los beneficios generados no se comparten equitativamente; lo que contribuye a que la brecha entre las clases sociales se agrande cada vez más. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos (2). Adicionalmente, esta dinámica implica devastación ambiental, verificada por un agotamiento de recursos y pérdida de biodiversidad.
Todo apunta a que algo no anda bien y muchos inversionistas y ejecutivos de empresas de todo tipo y tamaño son conscientes de ello. Por tal razón, se preocupan por los factores que afectan de manera positiva o negativa la calidad de vida, tanto de sus empleados como de las comunidades en las que realizan sus operaciones y desde hace unos años, se observa una tendencia creciente a contribuir, de manera activa y voluntaria, a velar por la seguridad de las personas y sus condiciones de trabajo, así como por la calidad de los procesos productivos, y su impacto en el medio ambiente.
La llamada Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es una práctica realizada por aquellas empresas que no solo operan con apego a la normativa vigente, sino que contribuyen al mejoramiento social, económico y ambiental. (3) No obstante, la disrupción provocada por la pandemia del Covid-19, nos debe llevar a repensar el trato social y comercial a todos los niveles.
“Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo” (2) Dado que el dinero determina lo que ocurre en el mundo; el capital es el gran motor que puede generar y acelerar un cambio real. (4)
Quienes invierten el capital, pueden hacer posible que además de la rentabilidad, también se exija un modelo de negocio sostenible, que tome en cuenta aspectos como el consumo de energía; la disponibilidad de agua; la adecuada gestión de los desechos; el respeto de los derechos humanos y los derechos laborales; el compromiso de los empleados con la empresa o el manejo de la cadena de abastecimiento (5).
Esta aspiración ha conducido al surgimiento de entidades como The Transition Pathway Initiative (TPI) que evalúa la preparación de las empresas para la transición hacia una economía baja en carbono y que se ha convertido en un referente de acción climática corporativa con más de USD 23,6 billones de Activos bajo gestión o asesoramiento combinados.
Hay una nueva generación de inversores quieren una industria y unas finanzas más sostenibles, donde la protección del medio ambiente no sea incompatible con el éxito económico. Esto supone un cambio de mentalidad alineado a un nuevo sistema de valores como base para el fundamento ético y los principios que guíen la conducta de las personas, organizaciones, empresas, gobiernos y transnacionales. (2)
Esta reflexión, encuentra eco en la Economía del Bien Común (EBC) una economía de mercado, ética, que pone a las empresas y a la propiedad privadas al servicio del bien común, con el objetivo de proteger los ecosistemas globales y valores como la transparencia y la participación democrática (6), que es lo mismo que proteger los intereses individuales comunes y planetarios.
Desde 2010, la EBC se ha extendido a 30 países (incluido República Dominicana). Empresas, escuelas, universidades y municipios han implementado el balance general de bien común[1]. Ocho gobiernos regionales en España, Austria y Alemania lo han incluido en sus programas gubernamentales. En 2015, el Comité Económico y Social Europeo declaró a la Economía para el Bien Común (EBC) como un "nuevo modelo económico sostenible" y tiene la intención de incorporar la EBC en el derecho europeo.
La Economía del Bien Común se fundamenta en los
mismos valores por los que se rige la constitución política de la República
Dominicana, la dignidad humana, la justicia, la solidaridad y la sostenibilidad
ambiental. (7) ¿Por qué seguir
postergando su adopción? Más temprano que tarde, conviene
ponderarla y aprovechar sus beneficios.
Bibliografía
1. Albarracín, Eduardo Gutierrez y Daniel. Financiarización y economía real: perspectivas para una crisis civilizatoria. [En línea] 2008. [Citado el: 20 de abril de 2015.] http://www.vientosur.info/documentos/Financiarizacion.pdf.
2. Earth Charter Associates,. La Carta de la Tierra. [En línea] 2000. [Citado el: 20 de septiembre de 2020.] https://cartadelatierra.org/.
3. Ganoza, Iván Rivarola. Gestiopolis. [En línea] 24 de enero de 2013. [Citado el: 12 de septiembre de 2020.] https://www.gestiopolis.com/historia-de-la-responsabilidad-social-y-el-desarrollo-sostenible/.
4. Bethmann, Dennis Berger y Frank. ¿Puede el dinero verde cambiar el mundo? DW Documental, 2021.
5. McKnett, Chris. The investment logic for sustainability. Boston, EE.UU.AA. : TED, 2013.
6. Meri, José Luis. EBC Valencia. [En línea] 20 de junio de 2020. [Citado el: 20 de septiembre de 2020.] https://web.facebook.com/ebccomunitatvalenciana.
7. Congreso Nacional. Constitución Política de la República Dominicana. Santo Domingo : Gaceta Oficial No. 10805, 2015.
[1] Es la herramienta que utiliza la EBC para medir el éxito de las empresas que la aplican. Se fundamenta en el hecho de que los balances financieros no incluyen una serie de aspectos y valores que son la clave de la motivación y la felicidad de las personas como el ambiente de trabajo, las diferencias salariales, la igualdad de género, etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario