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El Progreso que queremos


Del 20 al 22 de junio de este 2012, tendrá lugar en Río de Janeiro; Brasil, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable también conocida como Cumbre de la Tierra Río+20.

Como recordamos los que tenemos más edad; hace 20 años, la Cumbre de la Tierra estableció las bases de diálogo y concertación entre los gobiernos y la sociedad civil para reflexionar sobre la magnitud de los retos ambientales y la necesidad de reconciliar las aspiraciones del progreso económico con la conservación del medio ambiente.

De la primera Cumbre de Río, surgieron los convenios sobre el Cambio Climático y sobre la Biodiversidad; la Declaración de Río y la Declaración sobre los Bosques así como la Agenda 21.

En esta ocasión, el llamado de las Naciones Unidas es ambicioso pues invita “a los Estados, la sociedad civil y los ciudadanos a sentar las bases de un mundo de prosperidad, paz y sustentabilidad”.  La agenda de esta nueva cumbre tiene tres grandes temas:
1. El fortalecimiento de los compromisos políticos en favor del desarrollo sustentable.
2. El balance de los avances y las dificultades vinculados a su implementación.
3. Las respuestas a los nuevos desafíos emergentes de la sociedad.

Dos cuestiones, íntimamente ligadas, constituyen el eje central de esta nueva cumbre: 1. Una economía ecológica con vistas a la sustentabilidad y la erradicación de la pobreza. 2. La creación de un marco institucional para el desarrollo sustentable.

Resulta evidente que los compromisos acordados en la Cumbre del 1992 no se cumplieron. El siglo XX terminó con un balance tan vergonzoso en términos de la situación humana que la Organización de las Naciones Unidas consideró necesario plantearse los objetivos de desarrollo del milenio de 2000 al 2015. Por otra parte, la primera década de este siglo XXI ha sido una época marcada por las crisis financiera, ecológica, ambiental, espiritual, entre otras. Es evidente que algo estamos haciendo mal.

Es preciso tratar estos temas con todos los sectores involucrados puesto que el proceso productivo se ha separado de su base natural y “ninguna economía es posible al margen de los servicios que prestan los ecosistemas[1]”.  El crecimiento económico a toda costa se ha colocado por encima de la vida del planeta y no se considera el impacto que tienen las actividades productivas no reguladas en términos sociales y ambientales.

El modelo social y económico mundial, no satisface las necesidades humanas y genera contradicciones que acaban convirtiéndose en nuevas crisis pero esto es tema para otro artículo.

Esta cumbre de Río+20 nos debe llevar a reflexionar acerca de cuál es el modelo de desarrollo económico que más le conviene al país. La respuesta a esta interrogante debe partir del hecho de que es imposible que la economía pueda crecer indefinidamente sobre la base del consumo desmedido de materias primas.  El crecimiento es una variable de tipo cuantitativo que implica la existencia de límites biofísicos de disponibilidad de recursos.

Afortunadamente, el crecimiento económico no se limita a la extracción de materias primas sino que implica también la mejor combinación que se puede hacer con estas para satisfacer nuestras necesidades (procesos tecnológicos). Si además, consideramos la producción intelectual y cultural estaremos satisfaciendo nuestras necesidades de un modo cualitativo que es a lo que llamamos desarrollo y puesto que el ingenio y la capacidad de creación humanas no tienen límites, podemos concluir que aunque el crecimiento sea limitado nuestras posibilidades de desarrollo son ilimitadas.


[1] Manfred Max Neef.  

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