La República Dominicana es, sin lugar a dudas, uno de los principales destinos turísticos del Caribe.
“La industria sin chimeneas” contaba, en el año
2011, con una oferta de 66.790 habitaciones hoteleras y una tasa de ocupación
promedio de 69,3%. En el 2012, la participación de los hoteles, bares y
restaurantes representó el 8,9% del Producto Interno Bruto (PIB).
Ocho de los 10 clúster turísticos con los que cuenta el país, actualmente, concentran su infraestructura hotelera a lo largo de 433 Km de playas. Los restantes 1.142 Km de costas, corresponden a ciénagas y acantilados. Esto hace que la oferta de arena, sol y mar, sea el principal atractivo turístico, por encima de opciones culturales, artísticas.
La
longitud, calidad y belleza paisajística de las playas dominicanas constituyen
el capital natural[1]
del sector turístico. Por eso, el mantenimiento
de estos ecosistemas es crítico de cara a optimizar y ampliar las operaciones que
permitan alcanzar la meta de 10 millones de visitantes, meta que se ha fijado
la presente administración.
Las
playas son depósitos de arena y grava acumulados en franjas estrechas a lo
largo de la costa, por la acción continua del mar. Su estado de conservación
depende en parte del origen y la dinámica de aportación de los sedimentos[2]. Entre los
que se encuentran los silicatos (tanto claros como oscuros), micas y minerales
como el hierro y el magnesio, provenientes de la corteza terrestre que los ríos
transportan desde tierra adentro hacia su desembocadura, dando lugar a playas
más terrígenas.
Para
nuestras playas sin embargo, los aportes más importantes son de carácter
biogénicos, provenientes de restos de las partes duras de los organismos
marinos, que abundan en la playa a la cual alimentan. Estos sedimentos son
básicamente de carbonato de calcio y es lo que le confiere ese color
característico a la arena.
En
los últimos 30 años, casi la mitad de los ecosistemas costeros y marinos del
mundo han sido alterados o destruidos por las industrias, las ciudades, la
acuicultura y el turismo. República Dominicana no ha sido la excepción; para
dar paso a las instalaciones hoteleras, se han drenado humedales, rellenado manglares, eliminado especies nativas e introducido especies
exóticas.
Por
otro lado, los océanos absorben cerca del 30% de las emisiones de CO2,
generadas por la acción humana. Este gas
se disuelve en el agua formando ácido carbónico, un agente corrosivo que afecta
las conchas y los esqueletos de muchos organismos marinos como almejas,
mejillones, corales y mariscos. El resultado
es una menor producción de arena que afecta la integridad de las playas. Este
proceso se conoce como acidificación oceánica.
La
combinación de estas fuentes de presión, resulta en una pérdida de paisaje, la fragmentación
de hábitat y en una disminución de la biodiversidad del sitio, disminuyendo la
resiliencia del ecosistema frente a eventos climáticos extremos. Es además, una
de las causas del estancamiento o declive de muchos de los polos turísticos.
Ante
esta realidad, para que el turismo pueda ser “la locomotora del desarrollo nacional,”
necesitamos invertir en infraestructura verde. Es decir, en un sistema natural de soporte que ayude a mantener el
funcionamiento de los procesos ecológicos, de modo que los ecosistemas
continúen ofreciendo sus servicios de agua, aire y suelos, contribuyendo a la
salud y a la calidad de vida de individuos y comunidades.
Mantener
la naturaleza es una lógica económica, ya que resultará más rentable, por
ejemplo, mitigar los efectos negativos del cambio climático que sustituir los
servicios ecosistémicos por soluciones tecnológicas.
No
obstante, la infraestructura verde nos plantea el reto que requiere una
minuciosa planificación estratégica del suelo y un enfoque integrado de gestión;
en el que todos, usuarios, formuladores de políticas y tomadores de decisión,
deben comprometerse desde el inicio a asumir sus respectivas responsabilidades.
Lastimosamente,
no contamos con un plan nacional o una ley de ordenamiento territorial, que oriente
sobre dónde y con qué intensidad se podría desarrollar una determinada zona del
país. La articulación sectorial es nula
y en el mejor de los casos, precaria; y la legislación vigente tiene inconsistencias
y contradicciones que generan conflictos de uso y de jurisdicción.
Con
este escenario, empeñarse en promover el turismo sin primero atajar estos
problemas será “pan para hoy y hambre para mañana.”
Bibliografía
De la Fuente García, S. (sj) (1975) Geografía dominicana. Santo
Domingo, República Dominicana. Ed. Amigo del hogar
García Cartagena C. (2012) Cambio de uso del suelo. Los límites de la
Tierra IV. Recuperado el 31 de julio de 2013 de http://buen-ambiente.blogspot.com/2012/07/los-limites-de-la-tierra-iv-cambio-de.html
García Cartagena C. (2012) Acidificación oceánica. Los límites de la Tierra
VII. Recuperado el 31 de julio de 2013 de http://buen-ambiente.blogspot.com/2012/08/acidificacion-oceanica-los-limites-de.html
Oficina Nacional de Estadísticas.
Cuentas Nacionales. Recuperado el 29 de julio de 2013 de http://www.one.gob.do/index.php?module=articles&func=view&catid=203
Oficina Nacional de Estadísticas (Mayo 2013). Anuario de Estadísticas Económicas 2011.
Santo Domingo Publicación. Recuperado el 29 de julio de 2013 de http://www.one.gob.do/index.php?module=articles&func=view&ptid=14&catid=143
Wikipedia (n/d) Playa. Recuperado el 29 de julio de 2013 de http://es.wikipedia.org/wiki/Playa
Wikipedia (n/d) Infraestructura
verde Recuperado el 1º de agosto de 2013 de http://es.wikipedia.org/wiki/Infraestructura_verde
[1] El capital natural se da por descontado
y se asume como algo inmutable. Al no
considerar la capacidad productiva del ecosistema el factor limitante queda
reducido al capital financiero.
[2] Otros elementos a considerar son la batimetría, la
dinámica de las mareas, la infraestructura y tipo de materiales utilizados, la
vegetación asociada, el tipo y la intensidad de uso.
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