El crecimiento económico
suele ser utilizado como indicador del bienestar de un país pues, supone un aumento de la prosperidad de la población visto a través de un incremento en el ingreso nacional o en el producto bruto interno (PBI).
Este crecimiento económico sin embargo, no puede ser indefinido ya que, los recursos y materias primas imprescindibles para producir buena parte de los bienes y servicios que consumimos, son aportados por la naturaleza que por un lado nos proporciona: recursos no renovables (que son limitados) y por otro lado, recursos renovables, los cuales tienen una capacidad de reposición limitada que no debe ser superada, para poder garantizar su acceso y utilización a costos razonables.
Dicho de otro modo; el crecimiento de la economía, está condicionado por la disponibilidad de recursos naturales y la capacidad productiva de nuestros ecosistemas pues el flujo de materiales depende no solo de factores económicos (tipos de mercado y precios) sino también de los límites físicos impuestos por la naturaleza.
Los flujos de la naturaleza son el sustento de los flujos de la economía. Sin embargo la naturaleza, el principal proveedor de energía y materias primas que impulsa el crecimiento económico a nivel global, no es objeto de estudio de la economía. La economía ambiental intenta estimar los recursos y los efectos ambientales asignando una valoración monetaria pero esto es muy complicado ya que, la actividad económica solo tiene en cuenta los objetos que son apropiables e intercambiables.
La economía debería estar al servicio de las personas puesto que el crecimiento económico es utilizado como indicador de la prosperidad de una sociedad. Sin embargo, este indicador no toma en cuenta lo que sucede con la distribución del ingreso y así vemos como en los mercados, se realizan actividades que disminuyen el bienestar de la población pues su único objetivo es la maximización de beneficios y la acumulación del capital.
El desempeño económico que ha experimentado el país en los últimos años ha sido envidiable, logrando mantener una tasa de crecimiento promedio del 7% aun en un contexto de crisis global. Ciertamente, el crecimiento económico de la República Dominicana ha sido sostenido, pero no sostenible. El modelo de producción que impulsa este crecimiento, impulsa a su vez, la transferencia de cargas de recursos financieros, fiscales, sociales y ambientales a las futuras generaciones.
Bajo esta perspectiva, la evolución del PIB como indicador del bienestar humano tampoco es sostenible ni apropiada pues se basa en la riqueza generada por la extracción de recursos no renovables y en una contaminación a la que no se le da valor económico.
La economía convencional fija plazos para el retorno de la inversión que son inmensamente más cortos que los plazos de la naturaleza. La acumulación de riqueza como objetivo al que se enfoca la actividad de los mercados, plantea un desfase temporal que lleva a la toma de decisiones que acarrean gran daño (a veces irreparable) a los ecosistemas lo que por vía de consecuencia afectará la sostenibilidad del propio sistema económico a mediano y largo plazo.
Ante esta situación y para hacer frente a los problemas del medio ambiente, hace falta un cambio de paradigma y extender el ámbito de lo económico al campo de la biodiversidad y los recursos naturales adaptando la gestión de los recursos a las características del entorno y estudiando el papel que desempeña cada una de las partes en el mantenimiento de la biosfera y la vida.
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