En el artículo
Costo y valor del medio
ambiente (1), se explica que la
naturaleza nos aporta bienes y servicios que, si bien son esenciales, también se consideran bienes públicos sin mercado, por ello permanecen al
margen de la fijación de precios y tasaciones. Algunos expertos señalan que
esta falta de valoración es “una causa subyacente del deterioro de los
ecosistemas y de la pérdida de biodiversidad.” (2)
En
base a este planteamiento, el Ministerio de Medio Ambiente de Alemania con el
apoyo del Comisario europeo de Medio Ambiente encargó, en 2007, un ambicioso estudio
con el objetivo de conocer el verdadero valor económico de los servicios
ecosistémicos para contabilizarlo correctamente.
Este
complejo proyecto se conoce como “La economía de los ecosistemas y la
biodiversidad” (TEEB por sus siglas en
inglés). La primera fase culminó en 2008
con un resultado perturbador: a nivel global, hemos perdido unos cuatro mil millones de dólares
de capital natural, (3) y el estallido de la
crisis financiera en ese mismo año invisibilizó el tema relativizando, además, las consecuencias
económicas de la merma de la biodiversidad y el deterioro de los ecosistemas.
El primer
informe TEEB presenta los resultados de cinco meta estudios que aun al día de
hoy, proporcionan datos asombrosos. Por ejemplo, a nivel de ecosistema, solo en
Suramérica el ciclo del agua sustenta una economía agropecuaria del orden de
los 240 mil millones de dólares. A nivel de especies, la polinización de las
abejas y otros insectos representa unos 190 mil millones de dólares. Mientras
que a escala genética, el 60% de los ingredientes activos de las medicinas con
las que se enriquece la industria farmacéutica, se encontraron como moléculas
en las selvas tropicales o en los arrecifes (3).
Este
estudio marcó tendencia, y en el año 2011 el Reino Unido publicó los resultados
de su primera evaluación nacional de los ecosistemas. Dicho informe indica que el
precio de los servicios que proporciona la naturaleza asciende a 300 euros por
persona por año (4).
Localmente,
el Gobierno dominicano encargó, a un grupo de consultores independientes, el
estudio “Valoración económica del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP) de
la República Dominicana.” (5) En el informe, presentado en diciembre de 2013,
los especialistas estimaron que el aporte del SINAP a la economía nacional equivalía
al 4,1% del producto interno bruto (PIB) del año 2012.
Este
tipo de investigaciones generan gran controversia. La asignación de un valor monetario a los beneficios de un ecosistema puede
ser una herramienta esencial en el proceso de planificación del medio ambiente,
sin embargo, el acceso desigual a los beneficios puede dar lugar a malas
compensaciones, sobre todo cuando entran en juego la riqueza y el poder. Los
mercados asignan un valor económico a los bienes y servicios privados sin
considerar el daño a los ecosistemas.
El mercado de servicios
de los ecosistemas y la fijación de precios que permite comprar y vender, gana terreno
cada vez más, pero este enfoque mercantilista, puede conducir a la monetización[1] y a la
financiarización[2]
de la naturaleza si el Estado no aplica los controles adecuados.
A esta reflexión se
añade un elemento moral; si aplicamos una tasa de descuento del 4% a un
servicio ecosistémico estamos considerando que ese mismo servicio natural, del
que ahora disfrutamos, dentro de 50 años valdrá una séptima parte de su valor
presente (2). Lo que iría en
perjuicio de las futuras generaciones.
El
deterioro de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad son factores
desencadenantes de pobreza. Esto se debe, entre otros motivos, a la escasa o
ninguna atención que dan al medio ambiente los diseñadores de políticas
públicas y los tomadores de decisión. El Estado no identifica la raíz de los
problemas y por lo tanto no busca soluciones. Los esfuerzos que realizan
Gobiernos, sector privado, ONG, iglesias, figuras públicas, organismos
internacionales y otras entidades solo atenúan esta situación.
Valorizar la naturaleza
y crear nuevos mercados de servicios ecosistémicos pueden ser estrategias de
conservación muy útiles pero implica contar con indicadores ambientales y
económicos robustos, así como internalizar y transparentar los costos ambientales. De este modo, se protege la naturaleza asegurando su existencia
en beneficio del bien común.
Referencias
1. García Cartagena, C. La esquina del buen
ambiente. Santo Domingo, D.N., R.D. s.n., 11 de julio de 2011.
Costo y valor del medio ambiente.
2. Sukhdev, Pavan. La
economía de los ecosistemas y la biodiversidad. Cambridge : Banson,
2008. pág. 68. ISBN-13 978-92-79-09444-6.
3. —. Póngale precio a la naturaleza.
julio de 2011.
4. Feilden, Tom. www.bbc.com.
[En línea] 2 de junio de 2011. [Citado el: 1 de abril de 2015.]
http://www.bbc.com/news/science-environment-13627055.
5. Gómez-Valenzuela V. Bonilla S. y
Alpízar F. Valoración económica del Sistema Nacional de Áreas
Protegidas de la República Dominicana". Santo Domingo : s.n.,
2013.
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