En la
naturaleza siempre han existido compuestos químicos peligrosos aunque, por lo
general, están bajo formas en las que difícilmente puedan interactuar con la
mayoría de los seres vivos.
La dispersión o
recombinación de sustancias generadas por los residuos de
procesos biológicos o industriales, genera una
contaminación intensa y dañina en el medio natural (agua, suelo o aire) capaz
de alterar de forma notable los
procesos que sustentan la vida. Este
fenómeno es uno de los límites del sistema tierra; se conoce como polución
química y su magnitud es tal,
que en muchos casos sobrepasa la capacidad depurativa de la naturaleza.
Según su origen, los diferentes tipos de contaminantes pueden ser
biogénicos o naturales y antropogénicos
o artificiales.
Los biogénicos
se originan por causas naturales (erupciones volcánicas, emanaciones gaseosas
del subsuelo, partículas de la erosión de rocas y suelos, incendios forestales,
etc.) se presentan de forma aislada o intermitente y normalmente son
neutralizados por la autoregeneración de la naturaleza.
Los
artificiales o antropogénicos son producto de actividades humanas y se
subdividen, a su vez, en artesanales y en industriales. Los contaminantes artesanales
no suelen ocasionar problemas, salvo a las personas expuestas a su
manipulación. Sin embargo, los industriales, son continuos y progresivos,
afectan a los trabajadores así como al medioambiente, ya que, la
industrialización ha aumentado el ritmo de extracción, utilización y dispersión
de minerales y compuestos químicos posibilitando la fabricación de productos
sintéticos.
Desde la Segunda Guerra Mundial, se han creado más de cien mil nuevas
sustancias químicas que no existían en la naturaleza y se han liberado ingentes
cantidades de otras sustancias que, aunque son naturales, como el plomo o el
mercurio, no estaban diseminadas por la tierra en las proporciones y la forma
en que están hoy día.
Entre las actividades humanas que provocan esta situación, cabe destacar el uso masivo de combustibles fósiles así como los residuos de actividades
mineras, industriales, urbanas y agropecuarias. Esto se agrava con la
intervención de la industria química debido al uso de sustancias biopersistentes
y acumulativas que se incorporan a compuestos sólidos, líquidos y gaseosos, que
pueden alterar tanto la composición normal del agua como la de la atmósfera y
acumularse en los vegetales, la leche, los huevos o la carne que consumimos. La
polución química también puede ser producida por formas de energía como
variaciones de temperatura o radiaciones ionizantes.
La propagación
de sustancias contaminantes impacta en mayor o menor grado a todos los sistemas
y formas de vida. Se tiene constancia
del efecto negativo sobre la salud de personas y animales, del daño a los
vegetales y del deterioro a los materiales.
Igualmente, de la disminución de los niveles de calidad de vida de la
población, al influir en variables climáticas, como la visibilidad y la radiación
solar media, que perjudican los procesos de producción. En consecuencia, la polución química constituye una amenaza
grave para la supervivencia humana.
Estas
nocivas consecuencias, han obligado a tomar medidas para regular las
actividades que provocan este daño, a través de la adopción de normas
toxicológicas o de valores umbrales internacionales así como leyes y normativas. A pesar de ello, los pesticidas utilizados en
la producción agropecuaria, son una fuente constante de exposición a sustancias
tóxicas contaminantes que están ligadas a casos de cáncer, problemas
reproductivos, del sistema inmunológico o del sistema nervioso.
En
este contexto, cientos de toneladas de pesticidas se integran, cada día, a los
ciclos naturales alterando el medio físico de tal manera que la Organización Mundial de la Salud (OMS)
estima que 25 millones de personas enferman, cada año, a causa de los
pesticidas. Del mismo modo, este
organismo sostiene que el 23% de las enfermedades y el
24% de los fallecimientos están relacionados con el estado del medio ambiente.
Es por esta
razón, que en el 2004, un grupo de personalidades de la comunidad científica e
intelectual a nivel internacional, convencidos de la urgencia y gravedad de
esta situación, firmaron en París la “Declaración internacional sobre los
peligros sanitarios de la contaminación química” mejor conocida como “El llamamiento de París.”
Este documento
plantea que la contaminación
química, bajo todas sus formas, se ha convertido en una plaga producida por los
seres humanos que contribuye con el calentamiento global y la
desestabilización climática al provocar una degradación del medio ambiente, ocasionando el desarrollo de
numerosos padecimientos que la medicina moderna no
consigue detener. Afirma que
“estando en peligro nuestra salud, la de nuestros hijos y la de las
generaciones futuras,
es la especie
humana la que está en peligro”.
La declaración menciona
sustancias que son causantes de malformaciones
congénitas, disminución del cociente intelectual,
perturbadoras del equilibrio hormonal,
cancerígenas, mutagénicas, tóxicas, esterilizantes
(15% de las parejas europeas son estériles) y alergénicas, que inducen enfermedades respiratorias como el asma, o
enfermedades
degenerativas del sistema nervioso en los adultos y en los niños; otras que son “inmunotóxicas, induciendo déficits inmunitarios en particular en los niños, que son
generadores de infecciones sobre todo víricas”.
Desde hace más
de 20 años, en la República Dominicana se toman medidas para prohibir la importación, elaboración, formulación, comercialización
y utilización de algunos plaguicidas.
No obstante, el uso de estas sustancias está
muy extendido y ni su mercadeo, ni su aplicación son controlados de manera
efectiva.
Tampoco se actúa con la suficiente
rapidez, ni determinación, ante los cambios de reglamentación que se realizan
en importantes mercados como la Unión Europea o los EE.UU. donde muchos
plaguicidas descontinuados o prohibidos se siguen utilizando en el país en
productos orientados a la exportación.
El incumplimiento de las reglas
fitosanitarias incide en nuestras exportaciones[1],
daña la imagen del país a nivel internacional, compromete la biodiversidad y coloca
a los ciudadanos en una situación de desprotección, ante la ausencia de
garantías y estándares mínimos de calidad y seguridad.
A pesar de todos los males señalados,
los científicos indican que aún no hemos sobrepasado el límite de la polución
química que la tierra puede asimilar. En nuestras manos está tomar medidas para
no hacerlo.
Como hemos visto, las consecuencias de
la polución química son devastadoras. Las
autoridades deben revisar y actualizar de manera periódica las regulaciones y las
normas para la producción y procesamiento de alimentos así como de otros
productos de consumo; enfatizar su cumplimiento y en caso contrario aplicar
sanciones. En el sector agrícola, el
cultivo de hortalizas, frutales y vegetales podría basarse por completo en
sistemas de producción orgánica.
Las empresas y productores, de modo
particular, podrían adoptar sistemas de certificaciones lo que eventualmente llevaría
a trabajar con proveedores certificados creando una cadena de valor que asegura
a los clientes, la calidad e inocuidad de sus productos.
[1] La exportación de vegetales representa un mercado de más de 500 millones de dólares anuales para el país. Los productos que no consiguen pasar los exámenes de control de calidad, son devueltos al puerto de origen.
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