La agricultura
orgánica es un sistema de producción basado en técnicas que excluyen el uso de
productos químicos de síntesis como fertilizantes, plaguicidas, antibióticos,
etc., con el objetivo de preservar el medio ambiente, mantener o aumentar la
fertilidad del suelo y proporcionar alimentos libres de residuos tóxicos.
El concepto de
producto orgánico se desarrolló en Inglaterra después de la segunda guerra mundial, planteando que todas las fases de
la producción, así como la preparación, el
almacenamiento, transporte y comercialización de alimentos, estén sujetas a
control y cumplimiento de normas y estándares.
Las regulaciones establecen, además, que los productos no se obtengan a
partir de organismos genéticamente modificados, ni se procesen con irradiación
o aditivos químicos.
Este método de
producción no constituye ninguna novedad pues hasta la primera guerra mundial,
toda la producción agropecuaria podría considerarse orgánica puesto que, en
ninguna de sus etapas se utilizaban fertilizantes, herbicidas o pesticidas
sintéticos.
Sin embargo, comercialmente,
se ha establecido como orgánico el producto que cumple con los rigurosos controles
señalados y que ha sido reconocido por una empresa certificadora mediante un
sello distintivo.
A fin de ser
merecedor de la certificación, los productores deben demostrar que su proceso
productivo cumple con los lineamientos establecidos por normas europeas,
estadounidenses, japonesas, etc. Esto se
logra mediante la realización de auditorías periódicas efectuadas por un organismo
de certificación acreditado por la norma de interés.
El proceso dura
de media de uno a dos años, debido a que cuando la tierra recibe un tratamiento
químico (con fertilizantes, insecticidas o herbicidas), tarda por lo menos un
año en recuperarse y existe el riesgo de que las raíces de las plantas puedan absorber
parcialmente estas sustancias.
Con la intención
de establecer una clara diferencia entre lo que se considera o no orgánico, se
denominan “productos naturales” aquellos
que están en vías de certificarse y fueron cosechados en campos que aún no
cumplen con el periodo de transición exigido.
Igualmente, entran en este clasificación aquellos que presentan desviaciones
menores a lo exigido por la normativa, o bien los que aun siendo cultivados con
todo el rigor, no cuentan con la certificación oficial.
La Comisión
Interamericana de Agricultura Orgánica (CIAO) emitió un Reglamento
regional de producción orgánica que rige para Centroamérica y la República
Dominicana. No obstante, hasta donde
sabemos, aún no existen normas oficiales dominicanas que describan la
producción orgánica.
Este sistema
impone restricciones que sumadas al proceso de certificación, implican mayores
costos de producción y comercialización que son transferidos al producto, por
lo que el precio final de venta es mayor que el producido de forma convencional. No obstante, los consumidores que adquieren
estos productos, aceptan pagar este sobreprecio porque son conscientes de los
beneficios que aportan tanto a la salud, como al medio ambiente.
En la República
Dominicana, la comercialización de productos orgánicos representa un negocio de
aproximadamente unos 200 millones de dólares al año. El país tiene unas 150 mil hectáreas (Ha) de
terreno, dedicadas al cultivo de 14 productos con valor comercial y cuenta con
casi 25 mil productores certificados (pequeños, medianos y grandes). Los principales productos son cacao, banano,
café, limón aguacate, hortalizas y miel de abejas.
Para los
agricultores de escasos recursos que cultivan en pequeña escala, el hecho de
que no se requieran agroquímicos junto con el diferencial de precio, resulta una
motivación para incorporarse a esta práctica y puede ser una respuesta para
reducir la marginación que ha recibido la vida del campo.
Sin embargo,
para los grandes productores que aplican economías de escala en el uso
intensivo de agroquímicos, la lógica de la producción orgánica supone un cambio
de paradigma pues no se concibe la producción de alimentos sin estos insumos.
El movimiento de
producción orgánica comenzó a cobrar fuerza en la década de los 80 cuando se evidenciaron
los efectos cancerígenos y transgénicos de la dioxina componente del agente
naranja; un producto empleado como herbicida en la agricultura y a su vez, utilizado
por Estados Unidos para defoliar las selvas durante la guerra de Vietnam. Esta toxina originó graves problemas de salud
en la población vietnamita así como en los soldados que estuvieron en contacto
con ella.
Es de gran
preocupación para las grandes compañías de producción de alimentos que los
consumidores conscientes y bien informados cuestionen los alimentos que han
recurrido a pesticidas, fertilizantes artificiales, aditivos, etc. y prefieran
opciones más inocuas para la salud y el medio ambiente.
La agricultura
orgánica resulta costosa porque tiene que
demostrar que no contamina y por la mano de obra
que se requiere. Si esta fuera nuestra primera opción como sería lo
razonable, la producción convencional fuera la que tuviera costos de
producción adicionales.
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